Portugal a la cabeza del mundo
Hoy no quiero publicar nada sobre diseño gráfico. Ayer asistí a un milagro y tengo la obligación de compartirlo.
Eurovisión, ese festival que alguna vez fue escaparate internacional de cómo se entendía la música en los muy diferentes países, se ha ido alienando con el paso de los años convirtiéndose en un horror estridente, efectista y super-comercial. Evidentemente no todo lo etiquetado como eurovisivo es malo, en muchas ediciones, entre la tibieza musical reinante, encontramos escondidos algunos tesoros que nunca ocuparon puestos destacados. Ya que como es sabido los aspirantes a premio requieren (según el libro secreto de estilo festivalero) base rítmica bailable, estribillo pegadizo y mucho, muchísimos agudos gritados por el/la intérprete.
Por tanto, este año en casa decidimos no sufrir y grabar Eurovisión para, más tarde, delante de una cena rica, poder ver este espectáculo circense con la posibilidad de saltar en la grabación cuando el dolor fuera insoportable.
La cosa empezó como siempre, según pasaban los países tenía la sensación de estar escuchando la misma canción interpretada por diferente gente, eso si con escenografías que en algunos casos eran de mucho humor.
Pero.. de repende se terminó el horror. Llegó Portugal y me quedé petrificado...
Para aquellos que no lo sepáis de lo que hablo, mejor os pongo el video de la semifinal.
Portugal ha ganado por primera vez y por goleada con una preciosa canción en portugués. La joya se llama "Amar pelos dois" y la interpretó Salvador Sobral, un chaval que con su demostración de contención, sencillez y buen hacer me ha devuelto la fe en la humanidad. Me da igual si estaba enfermo, si proviene del jazz o si estudió en Mallorca, Salvador y su fragilidad han sacado lágrimas a medio mundo y los colores al otro medio. Cantando en su lengua (preciosa por cierto) mientras la mayoría se vendía al inglés internacional ha roto la grimosa tendencia eurovisiva con un temazo lento, profundo y con maravillosos olores de bossa nova, sin necesidad de vacías distracciones (eso que se llama valor añadido: coreografías, brillos, efectos y sorpresas).
¿Significará esto el renacimiento del gusto? Puede que tantos años de remezclas con ritmo machacón y de reguetón hayan cumplido su objetivo: hartar a la población de baratijas para desordenadamente iniciar la búsqueda de la verdadera calidad, la de los compositores profesionales, la de cantantes que cantan y la de la música con mayúsculas, un arte que no es minoritario destinado a alimentar el alma.
Y como es sabido cuando hay un ganador, hay un perdedor. Esta vez la "cantada" la ha realizado España que ha quedado la última. Hemos hecho el ridículo representados por un tema surfero, barato y desafinado. Una canción desenfadada que malamente podría anunciar cerveza pero que ha sido promocionada hasta la saciedad durante los últimos meses, intentando lo absurdo: que repitiendo mil veces una mentira se convierta en verdad.
Que se podía esperar si nuestro representante había sido polémicamente elegido (aunque en teoría popularmente) en un programa ñoño, por un dudoso jurado experto y con supuesto tongo incluido. Tantos euros invertidos, de todos los españoles, en una televisión pública mediocre y en la hueca "Marca España" para asistir a esta vergüenza que a nadie avergüenza y de la que, una vez más, nadie se hace responsable.
Quizás deberíamos copiar al país vecino, al que históricamente tanto hemos dado la espalda y que según mi experiencia es ejemplo de humildad, predisposición y buen hacer. Deberíamos empezar a tomarnos las cosas en serio, dejar de vender fiesta y humo e invertir a largo plazo con discreción. Por supuesto no sólo hablo de Eurovision.
Yo, desde luego, en muchas cosas prefiero desde hace tiempo la "Marca Portugal" y desde aquí digo: "Salvador, muito obrigado".
Eurovisión, ese festival que alguna vez fue escaparate internacional de cómo se entendía la música en los muy diferentes países, se ha ido alienando con el paso de los años convirtiéndose en un horror estridente, efectista y super-comercial. Evidentemente no todo lo etiquetado como eurovisivo es malo, en muchas ediciones, entre la tibieza musical reinante, encontramos escondidos algunos tesoros que nunca ocuparon puestos destacados. Ya que como es sabido los aspirantes a premio requieren (según el libro secreto de estilo festivalero) base rítmica bailable, estribillo pegadizo y mucho, muchísimos agudos gritados por el/la intérprete.
Por tanto, este año en casa decidimos no sufrir y grabar Eurovisión para, más tarde, delante de una cena rica, poder ver este espectáculo circense con la posibilidad de saltar en la grabación cuando el dolor fuera insoportable.
La cosa empezó como siempre, según pasaban los países tenía la sensación de estar escuchando la misma canción interpretada por diferente gente, eso si con escenografías que en algunos casos eran de mucho humor.
Pero.. de repende se terminó el horror. Llegó Portugal y me quedé petrificado...
Para aquellos que no lo sepáis de lo que hablo, mejor os pongo el video de la semifinal.
Portugal ha ganado por primera vez y por goleada con una preciosa canción en portugués. La joya se llama "Amar pelos dois" y la interpretó Salvador Sobral, un chaval que con su demostración de contención, sencillez y buen hacer me ha devuelto la fe en la humanidad. Me da igual si estaba enfermo, si proviene del jazz o si estudió en Mallorca, Salvador y su fragilidad han sacado lágrimas a medio mundo y los colores al otro medio. Cantando en su lengua (preciosa por cierto) mientras la mayoría se vendía al inglés internacional ha roto la grimosa tendencia eurovisiva con un temazo lento, profundo y con maravillosos olores de bossa nova, sin necesidad de vacías distracciones (eso que se llama valor añadido: coreografías, brillos, efectos y sorpresas).
¿Significará esto el renacimiento del gusto? Puede que tantos años de remezclas con ritmo machacón y de reguetón hayan cumplido su objetivo: hartar a la población de baratijas para desordenadamente iniciar la búsqueda de la verdadera calidad, la de los compositores profesionales, la de cantantes que cantan y la de la música con mayúsculas, un arte que no es minoritario destinado a alimentar el alma.
Y como es sabido cuando hay un ganador, hay un perdedor. Esta vez la "cantada" la ha realizado España que ha quedado la última. Hemos hecho el ridículo representados por un tema surfero, barato y desafinado. Una canción desenfadada que malamente podría anunciar cerveza pero que ha sido promocionada hasta la saciedad durante los últimos meses, intentando lo absurdo: que repitiendo mil veces una mentira se convierta en verdad.
Que se podía esperar si nuestro representante había sido polémicamente elegido (aunque en teoría popularmente) en un programa ñoño, por un dudoso jurado experto y con supuesto tongo incluido. Tantos euros invertidos, de todos los españoles, en una televisión pública mediocre y en la hueca "Marca España" para asistir a esta vergüenza que a nadie avergüenza y de la que, una vez más, nadie se hace responsable.
Quizás deberíamos copiar al país vecino, al que históricamente tanto hemos dado la espalda y que según mi experiencia es ejemplo de humildad, predisposición y buen hacer. Deberíamos empezar a tomarnos las cosas en serio, dejar de vender fiesta y humo e invertir a largo plazo con discreción. Por supuesto no sólo hablo de Eurovision.
Yo, desde luego, en muchas cosas prefiero desde hace tiempo la "Marca Portugal" y desde aquí digo: "Salvador, muito obrigado".